La tercera, mi Tercera

Un día que arranca diez minutos antes que suene la alarma, donde lo primero que agradecés es la vida tuya y la de tu familia, donde estás motivado y feliz que haya llegado ese día y donde te levantás de una a alistarte sabiendo que será un día espectacular y memorable, fijo que tiene que ser un gran día.

Aunque ese día sea un domingo.

Aunque sean las 2:00 am.

Aunque lo que te esperan son unos 42 kilómetros muy duros por correr.

Mi tercera maratón, la Tercera, tuvo algunos elementos que la harán especial: estaba en mi país, en una ruta conocida, rodeado de amigos. Fue la primera maratón en la que tuve el atrevimiento serio de ponerme un tiempo objetivo y correr en base a él. Me visualicé de cabo a rabo en ella, incluyendo la mueca de dolor de las cuestas del cierre. Al final de cuentas, ¿quién va a una maratón y no sufre? La prueba reina del atletismo te ubica: planificación, entrega, preparación, actitud. Nada escapa a su escrutinio, claro, si la tomás realmente en serio.

Atrás quedaron los meses de preparación, las dolencias físicas, las sesiones sin terminar completas o sin hacer del todo, las inquietudes y ansiedades. También, por ese día, quedarían atrás los momentos emocionales difíciles y las incertidumbres normales de un carajo de 41 años, profesional independiente y que va a ser padre de nuevo.

Ese domingo a partir de las 5:00 am y durante un poco menos de cuatro horas seríamos Correcaminos y yo, ella deseando ubicarme y yo deseoso de demostrarle la madera de la que estoy hecho.

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Junto a Tavo y a Anyo. Foto: Correcaminos Costa Rica

El primer contratiempo, el traslado, lo solucioné rápido con la ayuda de Gre. El cambio de planes me alteró un poco la logística, ¡pero que diantres! Ya no había marcha atrás.

En la salida estuve con Tavo y con Anyo, amigazos. La tertulia y el vacilón fueron el ambiente ideal para estar tranquilo. Correcaminos no me derrotaría. Salimos. El clima estaba perfecto. Los primeros kilómetros en Cartago fueron como cualquier otra carrera que he corrido en mis doce años como corredor popular, incluso hasta corriendo al mismo pace que hacía en mis inicios. No había prisa, aún quedaban más de 35 kilómetros por delante.

Kilómetro 13, empezaba lo bueno. La subida al Ochomogo, kilómetro y medio de ascenso. El plan en el papel era subirlo y bajarlo despacio, un total de seis kilómetros para guardar gasolina para el final. Pero estaba corriendo la Tercera, así que la idea se quedó en el papel.

Kilómetro 21, en Tres Ríos. La mitad de la carrera, ahora si, técnicamente empezaba la carrera. Me sentía con fuerza, ánimo y motivado al ir con el pace adecuado. Al kilómetro 26 me encontró Jorge, uno de los entrenadores de Hypoxic. Le dije que iba bien pero iba a llegar ajustado a la meta. Yo sabía que la bajada tan larga desde Ochomogo iba a golpear, pero, ¿quién va a una maratón y no sufre?

Kilómetro 32. De ahí habían salido los que corrían 10k, y para mi empezaba el cierre. A partir de ahí veríamos a ver de qué estaba hecho. La subida al Parque Nacional dolió. El paso por San José fue rápido, sin desconcentrarme y empezando a racionar pasos y zigzagueos innecesarios.

Los últimos 5 kilómetros fueron un recordatorio de que al maratón hay que respetarlo antes y durante el evento. Cuando las fuerzas fallan, cuando los músculos colapsan, cuando el organismo empieza a pedir un ‘tiempo fuera’, solo quedas vos luchado. Luchás contra el recorrido, el cansancio, contra tu mente y tus pensamientos, contra tu cuerpo. En resumen, luchás contra vos mismo.

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Kilómetro 39. Foto: I chose to run

En mi caso, no me cuestioné qué estaba haciendo allí, eso estaba claro. Estaba en una sesión más de autoconocimiento. Pero fueron kilómetros donde iba por inercia, guiado por la sensación de gloria, de medir el tamaño de mi determinación, de demostrarle a Correcaminos y al mundo que, mientras haya vida, salud y fuerza, hay que luchar. Como un boxeador al que luego de una tunda, se levanta y lanza un nuevo reto. O como el niño que aprendiendo a caminar se levanta y lo intenta de nuevo, vez tras vez. Así iba yo.

Fueron cinco kilómetros de ver amigos apoyándote, de escuchar que te aplauden, que te lanzan gritos de ánimo. También fueron cinco kilómetros de dolor, pero cuando ves a tu esposa embarazada y a tu hijo de tres años esperándote a 200 metros de la meta, se te olvida todo. Ahí no había opción de rendirse.

Del cierre no hay mucho que decir. Esta vez no derramé lágrimas pese a conmoverme en dos momentos de la carrera. Iba ceñido en llegar, pero siempre agradecí por mi hermano Jona, por mi familia, por mi entrenador y mis amigos. Agradecí por la salud, por poder correr y porque aunque no sea el mejor de Sus hijos, Dios siempre ha sido el mejor Padre.

Y con un beso al cielo, a mi anillo de bodas y un grito desde el fondo del alma, entré a la meta. Con la gasolina justa y por unos cuantos minutos más de lo estimado, si, pero ahí estaba. No se termina hasta que se termina. Correcaminos me ubicó: el maratón se respeta, se entrena y a pesar del dolor, se disfruta.

Yo, a cambio, le dejé claro de qué madera estoy hecho. Y desde ya pensando en la Cuarta. No sé cuándo, no sé dónde, no hay prisa. Pero, si Dios lo permite, vendrá. Por mientras, tengo presente que la vida está llena de cosas buenas y hay que disfrutarlas todas…

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Foto: Grettel Jiménez
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